“Si aceptas un cargo tienes que ser consciente de que debes trabajar. No es para que vayas en un puesto determinado en una procesión o para sentarse en un banco en la iglesia”.

No ha sido fácil que las hermanas cofrades ocupen el lugar que merecen en la Hermanad de Nuestra Señora de las Angustias en sus 475 años de historia. De ahí el valor añadido de las mujeres que empezaron a liderar este cuerpo desde finales del siglo XX: Margarita Bosch, Mercedes Megías, Teresa Garrido, María Cuadros, Mari Carmen González y, muy especialmente, Carmen Muñoz Caraballo, decana de este cuerpo en los últimos once años y responsable de una mayor visibilidad y reconocimiento de todas las hermanas cofrades a lo largo de su mandato. Con ella hemos hablado del papel de la mujer en la hermandad, de su amor por la caridad, del valor de manifestar la fe y del lugar tan importante que ella ocupa también en esa gran familia que son los López-Guadalupe Muñoz.

La familia López-Guadalupe Muñoz es ya toda una institución en las Hermandades de la Virgen de las Angustias, San Agustín, los Escolapios y Maravillas, pero ¿en qué momento empieza la vinculación de ustedes con el mundo cofrade?

Hay dos momentos importantes. Cuando tenía dieciséis años unas primas mías salían en la Hermandad del Rosario. Pese a que mi madre y yo pertenecíamos a la parroquia de Santo Domingo, al Rosario Perpetuo y a la Archicofradía, no pertenecíamos, sin embargo, a la Hermandad de Semana Santa, y esas primas me animaron a apuntarme. Estuve bastante tiempo saliendo en la procesión pero cuando me casé, pese a seguir apuntada, no volví a salir más por las obligaciones. Pasado el tiempo mi hijo Miguel me dijo de pronto que quería salir en una procesión. Tenía doce años y fuimos a los Escolapios, su colegio, pero en ese momento tenían problemas y la procesión no salía. Como por aquel entonces teníamos una farmacia en la calle San Juan de los Reyes, Manolo fue a San Pedro, donde conocíamos a don Ezequiel y don Carlos. Allí se encontró con don Miguel López Escribano, que lo conocía de estudiante y resultó que era el Hermano Mayor. Y le pareció muy bien. Se apuntó Miguel y progresivamente nos fuimos apuntando todos. Manolo ha tenido cargos, yo no, aunque en aquellos años había pocos hermanos de nómina y yo convencía a las chiquillas que iban a la farmacia para sacarlas en la procesión.

Esa familia se sustenta sobre otro gran pilar que es Manolo, su marido. ¿Qué ha representado para usted tener al lado a alguien como él?

Encontrarlo fue una suerte porque es una persona muy cariñosa, muy religiosa e integra. Me quiere muchísimo y siempre está pendiente de mí. Nunca se me olvidará lo primero que hizo por mí. No tengo hermanos y mis padres siempre me decían que yo me podía casar con quien quisiera, pero que fuera de Granada porque si yo me iba de aquí, qué iba a ser de ellos. Mi madre tampoco tenía hermanos y resultó que Manolo era de Sevilla. A ellos les gustó él pero la situación no, porque decían “se la va a llevar” y, de hecho, sus padres le buscaron una farmacia en la provincia de Sevilla. A él realmente le gustaba más la enseñanza y yo le supliqué que se quedara aquí. Y así lo hizo y gracias a eso no me separé de mis padres hasta que murieron. (Manolo, presente en la entrevista, quiere añadir: “Yo lo resumo en una frase. El día que Dios me la puso en mi camino me hizo un gran regalo. )

Toda una vida dedicada a la Iglesia. 

Yo me eduqué con las dominicas en el Colegio de Santo Domingo y salí de allí para estudiar en la Universidad. Terminé la carrera en junio y en septiembre estaba colocada como profesora de latín en el Colegio de Santo Domingo y, también, en el Carmelo. Estuve dando clase tres años pero el padre de Manolo nos buscó una farmacia en San Juan de los Reyes. Como él estaba en la Universidad de ayudante, que era como se empezaba de profesor, yo iba por las mañanas a la farmacia y Manolo por las tardes. Y tuve que dejar el trabajo. Posteriormente fui también a la farmacia por las tardes porque Manolo empezó a tener otras categorías como profesor. En total, estuvimos veintiún años en esa farmacia, donde fui muy feliz porque había gente muy acogedora, y en Almanjayar otros cuatro. Ahí lo pase mal al principio, aunque acabé por adaptarme. Quitamos la farmacia porque el menor de mis hijos, Juan Jesús, empezó a estudiar letras, Manolo, el mayor, había acabado Derecho y Miguel también estaba acabando letras. Dentro de la Iglesia de Santo Domingo, que era mi parroquia, ya llevaba la lista de los niños de catequesis los domingos y apuntaba la asistencia y también tomaba parte en un coro que iba a los hospitales porque a mí lo que siempre me ha llamado la atención dentro de la Iglesia ha sido la caridad. Estudié tres años para ser catequista y Manolo y yo hemos ejercido como tal en San Pedro.

Curiosamente, usted y Manolo se conocen gracias a la caridad…

Un catedrático de la Facultad de Derecho organizo una sociedad caritativa, el ACU (Asociación Caritativa Universitaria). Eran tiempos malos y en la parte del Barranco del Abogado había muchas cuevas de gente muy modesta. El que quería, ponía una cuota muy pequeña e íbamos por parejas a ver esas familias todos los sábados porque a cada pareja se le asignaba una. Les atendíamos semanalmente con alimentos y medicinas. A mí me adjudicaron de pareja un chico que estudiaba Medicina, pero con el tiempo se fue porque no era de aquí y, ahí fue cuando conocí a Manolo gracias a amigos comunes. Nos llamaban los novios del ACU.

Del ACU a Cáritas, donde lleva muchos años.    

Cuando Manolo decidió quitar la farmacia lo pasé mal porque me faltaba ese aliciente. Soy una persona muy activa y no podía quedarme en la casa. Y así fue como empecé en Cáritas en el año 87. La Cáritas en la Virgen, que ya era mi parroquia, la llevaba Lorenzo Rosales, que era muy amigo de mi padre, y por él sabía que había una farmacia en Cáritas Diocesana. Fui de parte de él y me acogieron estupendamente. En un principio estaba en la farmacia y en recepción. Luego he sido vicesecretaria, secretaria y vicesecretaria, otra vez, en estos momentos. Es una actividad que me ha reportado muchos beneficios espirituales porque me gusta mucho atender a la gente. Allí he descubierto que una de las grandes necesidades del ser humano es la de ser escuchado. Hay mucha gente que no tiene con quien desahogarse y eso en Cáritas se hace muy bien porque se da mucho cariño. Es fundamental escuchar, acoger, acompañar y aconsejar. En Cáritas recibimos más que damos.

Es hija única, pero ha encontrado muchos hermanos y hermanas en sus hermandades y en Cáritas, una gran familia. ¿Le ha compensado?

Por supuesto. De niña quizás me faltó esa hermana o hermano al que contar esas cosas que no les contarías a unos padres, si bien es cierto que he tenido unas amigas maravillosas en el colegio, una de las cuales está en Canadá desde hace más de cincuenta años. Mantenemos aún la amistad. En otro tiempo tuve muy buenas amistades en las Maravillas y ahora en el Cristo de San Agustín y, sobre todo, con mi Junta de hermanas cofrades. Para mí sois como mis hermanas y otra familia, junto a la que tengo, que es larguilla porque son doce en total entre hijos, nueras y nietos. Prueba del cariño que he recibido también es el Nazareno de Plata, que recogí en 2011 y el reconocimiento por parte del Ayuntamiento como ‘Vecina ejemplar’ por mi labor en Cáritas.

¿Qué parte de sevillano y que parte de granadino tienen sus tres hijos?

Tenemos de todo. El mayor, Manolo, dice que no se puede vivir a más de cien metros de Puerta Real. Es íntegramente granadino. Miguel, dada su condición de historiador y conocedor de las cofradías, le gusta bastante Sevilla, y Juan Jesús es mucho más sevillano. Y, de hecho, le ha puesto a su hija María del Valle. De todas formas, tanto Miguel como Juan Jesús son muy europeos porque han estudiado mucho fuera de España para el doctorado. Miguel ha estado en Roma, Paris y Burdeos y Juan Jesús en Roma. Por eso, cuando estuvimos en Roma con la Virgen del Mayor Dolor pudimos movernos perfectamente.

Se da la circunstancia de que en la familia todos han ostentado u ostentan cargos. ¿Cómo se las han arreglado cuando han coincidido actos y agendas?

Como hemos podido, en función de la categoría del cargo. Miguel, al ser Hermano Mayor, se queda en la Virgen, Juan Jesús, como Vice-Hermano Mayor, se va a los Escolapios y Manolo, padre e hijo, y yo nos hemos dividido a veces entre la Virgen y San Agustín.

Mucha gente parece que sólo ve el brillo de un cargo y el sitio que se ocupa pero los cargos, en definitiva, son cargas y responsabilidades. ¿Se sufre también?

Si aceptas un cargo tienes que ser consciente de que debes trabajar. No es para que vayas en un puesto determinado en una procesión o para sentarse en un banco en la iglesia. Primero, tienes que sentir amor por la Hermandad y por esa facción que te ha tocado. Antes había muy pocas actividades, en las hermandades de Semana Santa o de la Virgen, que no fuera sacar la procesión pero, ahora, afortunadamente hay muchas a lo largo del año, cultos y reuniones. Con vistas a la formación y con vistas a la caridad, que es uno de los pilares fundamentales de las hermandades. Y eso se le debe, en parte, tanto al Consiliario como al Hermano Mayor. Y al final se quedan los que quieren ayudar, arrimar el hombro y evangelizar de esta manera. La Hermandad de las Angustias tiene una ventaja sobre las hermandades de Semana Santa, como pasa también con la procesión del Corpus. Y es que no se va tapado con un capillo. Aquí se da un testimonio real porque te ve todo el mundo y, dadas las circunstancias que estamos viviendo, a ciertas personas salir en una procesión con la cara descubierta, dando testimonio de su fe, puede causarles algún problema en su trabajo o amistades.

¿A quién le debe su propia manifestación de fe?

A mis padres y a mis abuelos maternos. Mi abuelo Pedro era labrador y tenía una huerta en el bajo de la Bola de Oro, que se llamaba ‘Nuestra Señora de las Angustias’ con un azulejo precioso en la fachada. Mis padres eran muy religiosos y tenían encima de la cama un cuadro de la Virgen de las Angustias. Mi madre, desde muy pequeñita me llevaba a verla muy a menudo. Ella lo hacía casi a diario. Las monjas dominicas también han sido muy importantes para mí y tengo muchos recuerdos que no se olvidan: mi comunión, mi confirmación, las flores del mes de mayo, las poesías que recitábamos y el rezo del rosario perpetuo junto a mi madre en Santo Domingo. Tampoco se me olvida aquel momento junto a mi padre en 1976. Ese último domingo de septiembre estaba nublado y amenazaba lluvia. Era dudoso que se sacara a la Virgen, pero al final salió. Mi padre ya estaba bastante enfermo de cáncer, pero tenía mucha devoción a la Virgen y quiso verla pese a no encontrarse bien. Como mis niños estaban por otro lado con mi madre y Manolo, fuimos solos los dos a la esquina de la calle Ancha para verla salir desde lejos porque no le apetecía entrar en el bullicio. No sé si fue una premonición o aquel ambiente tristón, pero aquello me causó una emoción especial y, de hecho, el 8 de octubre murió mi padre. Muchos años después murió mi madre un Sábado Santo en el Clínico. Llame a don Carlos Torres para traer a mi madre el domingo y decirle una misa en la Virgen. No caí en la cuenta de la fecha que era y me dijo que no podía ser el domingo porque era el de Resurrección. Me enfadé muchísimo con él y le dije que no la enterraba sin que fuera a ver a la Virgen antes. Me pidió que escogiera una misa del domingo para que, en ese cuarto de hora entre misa y misa, pudiera llevar a mi madre, ponerla delante de la Virgen y que pudiéramos rezar por ella. Quedamos para después de la misa de once y luego la llevamos al cementerio.  Así se cumplió el deseo de ella de despedirse de la Virgen.

¿Qué representa para usted la Virgen de las Angustias?

La madre que me falta desde hace veintisiete años. Por eso la quiero aún más, si cabe, porque es a Ella a la que le cuento ahora todas mis cosas.

Es decana desde hace más de once años del cuerpo de hermanas cofrades que, curiosamente, no se reorganizan hasta el año 1982.

Cuando se funda la Hermandad hace 475 años se hace igual para hombres y mujeres, aunque cada uno tenía su cometido. Antes no había bancos en las iglesias, sino sillas, que estaban en la sacristía, y si no querías estar de pie te llevabas tu silla por una peseta. En un principio a las mujeres se les encargó la venta de las sillas, hacían las colectas y colaboraban en la parroquia. Luego llegó un momento en que los horquilleros, pese a que la Hermandad la fundaron los palieros, fueron más numerosos y se llevaron la palma como la élite de la Hermandad y las hermanas cofrades se quedaron latentes. En 1982 don Carlos Torres estuvo muy acertado, reorganizó el cuerpo y se le dio una entidad. De hecho, aquel año se apuntaron 106 hermanas de pleno derecho. En el año 89 Manolo, mis tres hijos y yo presentamos a la vez nuestras solicitudes pero ellos tienen una antigüedad del 89 y yo del 91 por los dos años que nos hacían esperar a las hermanas cofrades porque teníamos que asistir a las charlas formativas que daba don Carlos un sábado de cada mes.

También llama la atención que hasta principios del año 2000 las mujeres no tienen representación en Junta de Gobierno, como tampoco existía por aquel entonces lo que es la actual composición de la Junta Directiva del cuerpo de hermanas cofrades.  

Antes se le daba las solicitudes a la llamada presidenta, Margarita Bosch, para que don Carlos las viera. Ella era la que llevaba las asistencias a las charlas. Posteriormente, don Carlos quiso que un grupo de hermanas formáramos una Junta, en la que la presidenta fue Mercedes Megías. Ella no formaba parte entonces de la Junta de Gobierno. Esa Junta de hermanas la organizamos en una reunión de pie en la Sala Capitular, donde nos repartimos los cargos. Quise quedarme con la secretaría porque no escribo mal y redactaba muchas comunicaciones. Mandaba todos los años una carta a las hermanas, explicando cuando era la misa de los segundos viernes y qué sábado de cada mes eran las charlas. Eso gustaba mucho.

¿Quiénes han sido sus predecesoras en el cargo de decana?

Con la renovación que llevó a cabo Manolo Serrano, unificando los cuerpos de horquilleros, palieros y hermanas cofrades, la primera decana fue Mercedes Megías y comenzó a formar parte de la Junta de Gobierno con el resto de los decanos. Le siguieron Teresa Garrido, María Cuadros, aunque ella estuvo sólo un año, y Mari Carmen González. Paco Salazar quiso nombrarme decana en 2010, y hasta ahora.

Teniendo en cuenta la tradición familiar y lo que supone para todos la Santísima Virgen de las Angustias. ¿Qué sintió cuando su hijo, Miguel Luis, juró el cargo de Hermano Mayor?

Una alegría y un orgullo muy grande como madre porque sabía que el cumplía un deseo grande que tenía desde hacía tiempo. Recuerdo que él lo que quería ser era Archivero, pero en esta Hermandad ese cargo estaba unido al de Hermano Mayor. Entonces fue cuando Paco Salazar le nombró Archivero porque veía las cualidades que tenía Miguel y lo fue preparando por ahí para que tomara contacto con la hermandad de forma directa.

Como decana y como madre habrá sufrido también estos dos últimos años de mandato, condicionados por la pandemia.

Ha sido una pena porque había muchísima ilusión por los actos del 475 aniversario de la Hermandad y la Virgen tampoco ha podido salir. La Semana Mariológica, que atrae también a tanta gente, no ha podido ser por segundo año. De todas formas, tanto él como yo estamos muy satisfechos del último domingo de septiembre del pasado año porque fue una manifestación de fe muy seria, muy bien organizada y sin ningún tipo de problema. Eso llenó un poco el tema de la salida.

Dígame la verdad ¿quién manda más? ¿El hijo, como Hermano Mayor o usted como madre?

Mi hijo, por supuesto, si bien es verdad que cada día me echan más cosas encima. Es cierto también que un decano tiene que tener también su junta, que lo apoye y con la que trabaje. No es un tirano que está para mandar sino para consensuar e informar de las decisiones que se adopten en la Junta de Gobierno. Si a mí se me ocurre una idea no la voy a implantar porque sí sino que voy a hablarlo con mi junta. Es inevitable que alguien tenga que mandar, pero ha de hacerlo junto con los demás, no en plan exclusivo. Luego, cada uno tiene su tarea, trabajamos en la oficina, damos las papeletas, organizamos entre todos los hermanos la procesión, estamos pendientes de que todos vayan correctamente, en el tramo que les corresponde… De lo que se trata es de expandir la devoción a la Virgen por causa nuestra y dar un testimonio de fe.

Ya son más de quinientas las hermanas cofrades que forman el cuerpo en la actualidad. A usted se le debe una mayor participación de ellas en los cultos, novena, custodias, procesión del Santísimo Sacramento…

Las hermanas cofrades tenían pocas competencias, aparte de acompañar a la Virgen en la procesión, que de por sí ya era importante, pero he tratado de darles el lugar que les corresponde. Cuando entré como decana pedí hacerme cargo de las custodias de la Virgen, del Vía Crucis, el Vía Lucís, de aspectos de la liturgia. Todo ello viene a raíz del año del Centenario de la Coronación cuando se nombraron unas comisiones. Había una de liturgia, cuyo presidente era don Manuel García Gálvez, pero era yo la que ponía en práctica lo que don Manuel decía. A partir de ahí tomé más conciencia de esa necesidad. También me encargué de hacer una petición específica para cada institución o corporación que asiste a los cultos en el mes de septiembre, cosa que no existía antes. Cuando pedíamos alimentos, quienes lo hacían mayoritariamente eran las mujeres. Lo que he tratado es de dar vida al cuerpo de hermanas cofrades mostrando a la sociedad que es un cuerpo efectivo, que ama a la Virgen y cumple con sus obligaciones.

¿Qué le gustaría para el cuerpo de hermanas cofrades que todavía no se haya hecho?

El mayor logro sería llevar a la Virgen. Lo veo difícil por ahora, aunque ahí están ya las cuadrillas de costaleras como ejemplo. De hecho, hay hermanas jóvenes que me lo dicen.

Por María Dolores Martínez

 

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