Es tiempo de adviento, se aproxima la conmemoración más trascendental de nuestra comunidad Cristiana, es tiempo de Paz, Amor, Fe y Esperanza, es tiempo de fiestas, pero ¿celebramos realmente lo que representa la Navidad? ¿nos preparamos espiritualmente para la conmemoración del nacimiento de Cristo?
En mi memoria permanece el recuerdo de aquellas tardes en que la familia solía visitarse entre sus miembros, familia que quizá no se veían en un año, pero siempre por Navidad. Añoro aquellos momentos, a pesar de que siempre había un familiar que te daba muchos besos seguidos en la mejilla, y luego te limpiabas disimuladamente mientras te atiborrabas de hojaldrinas “que grande está el niño y que gordo” con lo que dejaba automáticamente de caerte bien.
Ahora también celebramos, pero ha cambiado la historia, todo el mundo parece estar feliz, comemos y bebemos hasta enfermar y acudimos al médico en busca de un remedio para nuestra gula, hemos perdido el verdadero sentido de esta fiesta, mas bien celebramos el solsticio de invierno, nos acercamos a establecimientos cuanto más caros mejor, comemos alimentos de obligada ingesta en esta fecha cuando están todo el año, abrazamos con efusividad y alegría a gente que nos importa un rábano, nos felicitamos como si hubiéramos ganado un Nobel. Es bonito compartir, pero ¿qué compartimos? Cuando un acontecimiento es importante en nuestras vidas queremos compartirlo con la familia y amigos íntimos, y ahora tenemos la oportunidad de compartir y celebrar el nacimiento de nuestro Hermano, del encuentro con el niño de Belén, nuestro Redentor y de la bienaventuranza de María. Acudamos con alegría a ofrecer nuestro presente a la Madre y al Hijo, aunque no vemos sus rostros siempre nos acompañan, pero si podemos ver la sonrisa de un niño necesitado, la esperanza de unos padres impotentes que ven una tregua en su desilusión, el agradecimiento de personas que solo tienen la compañía de la soledad. Cuando la vela de la Paz, la Fe y el Amor se apagan, la vela de la Esperanza las enciende de nuevo. En los rostros de los necesitados verás el de Jesucristo y en su alegría, el de María. Comparte con ellos, enciende la vela de la Esperanza, no están lejos, están a la puerta de tu casa, hay muchas misiones en el mundo que necesitan ayuda sin duda, y parece que por estar lejos duele menos, inhibirte ante la desgracia te hace tan responsable como la causa que la provoca, pero la necesidad también la encuentras a diario por tu barrio, por nuestras plazas y calles, está aquí mismo.
Hazle un regalo a Jesús y cuéntale un secreto a María, cuéntale que has tomado un postre de menos, que has compartido esas calorías superfluas que a ti te sobran y a ellos les falta, cuéntale que has aliviado a tu pobre médico en sus funciones, que le has dado sentido a la Navidad y no al solsticio de invierno, que has cogido esas manos suplicantes, que has compartido con tus hermanos como Dios ha compartido con nosotros su vida, porque si compartimos habrá para todos, comunícate con nuestra Obra Social de tu Hermandad de la Virgen de las Angustias, nuestros hermanos que la atienden te dirán las necesidades más importantes, porque hay más alegría en dar que en recibir.
