Cien brazos… para salvar a la Virgen del Incendio

“Pueblo como el nuestro, que tanto ama
a su Madre, no puede perecer”
(Pedro Manjón)

 Sobradamente evocado es el triste episodio de la noche del 26 de julio de 1916, en la que ardió la techumbre del Camarín de la Virgen de las Angustias. In extremis, devotos granadinos sacaron de allí a la Patrona de Granada y en tropel la llevaron hasta la Catedral, la que sería su casa durante los siguientes ochos meses. El Viernes de Dolores de 1917, en vísperas de una Semana Santa que contemplaba el despertar de las cofradías granadinas (pioneras procesiones de la Entrada en Jerusalén y del Santo Vía Crucis), la Virgen de las Angustias regresaba para ocupar su trono, habitar su palacio celeste, la que nunca dejó de ser Reina.

Como Madre que es de los granadinos, muchos de sus hijos acudieron al sonido de campana incendio, desde el rotundo campanario de la Catedral, que se extendió por la ciudad como un reguero de pólvora a partir de las nueve y media de la noche de aquel miércoles 26 de julio. Las campanas tienen su propio código y todos supieron, pos sus tres toques repetidos con insistencia, que el incendio era en la feligresía de las Angustias, pero no podían imaginar que afectaba al mismo corazón mariano de Granada. Todo fue fruto de un desafortunado cortocircuito; la instalación ya había dado un aviso tres años antes, como confiesa en primera persona el P. Francisco Hitos.

Aquel día de Santa Ana, tras el toque de ánimas, al cerrar la iglesia sus operarios atisbaron la tragedia. Primero el encargado del camarín Manuel García, después el campanero Tomás Gutiérrez (quien corrió hasta el parque de bomberos) y el sacristán Abelardo Lafuente Bentizal, y finalmente el sacerdote don Joaquín Marín Robles, que ya frisaba los sesenta años (con dilatado ministerio en iglesias del Valle y la Alpujarra), quien incluso sufrió un desmayo momentáneo, además de un joven horquillero cuyo nombre no trascendió.

 “Cien brazos se levantaron y sacaron en peso a la Patrona”, se lee en la crónica periodística; al grito de “¡Vamos a sacar la Virgen!”. De nuevo el escritor jesuita describe con viveza la escena: “Sin más instrumentos ni ayudas que sus propias manos, sus hombros y sus pechos, con el esfuerzo que presta la desesperación, y no sin sufrir algunos golpes y contusiones, en pocos momentos logran mover la imagen de su pedestal y sacarla del lugar de mayor peligro…, no bien la imagen salía del camarín, desprendióse con estrépito la techumbre, y el camarín quedó convertido en un horno”.

Nombres propios nos han quedado de aquella gesta, como los del industrial Segundo Martín, Manuel López Millán, Antonio García Robledo, José Martín López, Francisco Cazorla, Martín Pérez, Manuel Muñoz Rivas, José Pérez Salas, José María González Correa, Francisco Guerrero Vílchez, José Jiménez, Antonio Caraballo, José Bellver, Eduardo del Hierro, o los jóvenes estudiantes Vicente Pineda Sánchez, José Zegrí, Melchor García Lopera, Emilio González Sánchez, Miguel García Guerrero y Fernando Collantes; Salvador Rodríguez Serrano (de la Pastelería Suiza) se esforzó además en sacar la custodia y, pico en mano, el copón del sagrario. Algunos sufrieron heridas leves. Exótica cuando menos resulta la intervención del célebre payaso Beby el forzudo Míster Randulfo, actor de la compañía circense de Willy Frediani; el intrépido esfuerzo de Randulfo fue gratificado con veinte monedas, por las heridas sufridas. Pronto acudieron también los vigilantes José Vidal y Antonio Barrera, así como el cabo de seguridad Antonio Abril y el cabo de la policía municipal Manuel Machado.

Apenas salió la bendita Imagen de la Virgen de las Angustias del camarín, el improvisado cortejo discurrió por la nave de la iglesia buscando la puerta, mientras comprobaban la caída de algunas lámparas de plata. Con lágrimas y palmas la recibió la muchedumbre, que ya se arracimaba delante del templo, cuando vio salir de él la inconfundible silueta de la Patrona recortada en una nube de polvo, humo e ígneos resplandores.

Ya en la Carrera, en diez minutos se solventaron las dudas de a dónde dirigirse: ni a la iglesia de los Escolapios ni a la del convento de San Antón (a donde sí se llevaron las sagradas formas del sagrario de la parroquia), el destino de la Patrona era indiscutiblemente la Catedral. Al pasar por el Café Alameda, en el Campillo, su propietario Francisco Gadea, al insinuárselo el diputado Pedro Nestares, dio orden para que el sexteto musical del local pusiera melodía a tan singular procesión de la Virgen de las Angustias camino de la Catedral, sorteando Puerta Real y Mesones. Se interpretaron motetes e incluso el Magníficat, también algunas plegarias a cargo del beneficiado de la Catedral, con plaza de contralto, Morente Montero, que pudo unirse a la comitiva. El mismo Nestares se incorporó para portar la Imagen, como también el conde de Guadiana, don Francisco Lillo, López Sagredo, don Francisco Márquez, Montealegre o don Felipe Campos de los Reyes (el catedrático y notario, activo militante del Círculo Católico de Obreros y gran entusiasta del resurgir de nuestra Semana Santa).

Heroica fue la labor del Benemérito Cuerpo de Bomberos y Zapadores de Granada, a punto hoy de cumplir sus dos siglos de vida. Lucharon contra el fuego en la nave de la iglesia, mientras caían cascotes a su alrededor y se temía el derrumbe de la cúpula central, de la que a la postre sólo se desprendió el cupulín y con él trozos de viga en llamas. Las bombas, sin embargo, no funcionaron bien, una por la limitación de su alcance (para tomar agua del Darro, que aun discurría descubierto justo a la espaldas del camarín) y la otra por la dificultad de su manejo. No faltaron tampoco soldados de artillería e infantería, gracias a la pronta disposición del gobernador militar, general don Ricardo Morales Vaquero, y representantes de Cruz Roja. Y por supuesto, las autoridades, encabezadas por el alcalde don Felipe Lachica, y junto a él el gobernador civil don Pedro Vitoria, el diputado a Cortes don Juan R. Lachica, el presidente de la Diputación Provincial don Santiago Oliveras, el teniente coronel de la Guardia Civil Sr. Domenech y el presidente de la Audiencia don Ramón de las Cagigas, así como los concejales Sola, Victoria o González Ortega, y los inspectores Carmona, López Contreras y Jiménez Abad. Supervisaba las labores de extinción el ingeniero municipal Montes Garzón y acudió también el conservador de la Alhambra don Modesto Cendoya.

Las techumbres aún ardían a la mañana siguiente y el incendio no se sofocó completamente hasta las seis de la tarde de aquel 27 de julio. Retiradas las bombas municipales, aún quedaban refrescando el lugar las de las azucareras Santa Juliana y San José (esta desde el Darro).

El arzobispo don José Meseguer y Costa, que coronó la sagrada Imagen apenas tres años antes, se encontraba en su restiro estival de Vinaroz (Castellón). Pero las autoridades catedralicias favorecieron la llegada de la Patrona. La Catedral estaba a oscuras por el corte de la electricidad, pero las cerillas y los mecheros de yesca, junto a velas e incluso quinqués, marcaron el camino hasta su altar mayor, donde se situó en un altar provisional. A las once de la noche se cerraron las puertas, pero dos miembros de la Hermandad quedaron velando a la Sagrada Imagen. Pasados unos días, la Imagen Patronal se ubicó en la capilla de Ntra. Sra. del Pilar, donde permaneció mientras duraron las obras de su iglesia.

Las decisiones se tomaron con rapidez por la Junta de la Hermandad y el gobernador eclesiástico. De inmediato comenzaron a fluir limosnas en la misma Catedral, en una bandeja de plata ante la Patrona; por supuesto, también las institucionales, cinco mil pesetas por el Ayuntamiento y otras tantas por la Diputación, mil pesetas por don Eduardo Moreno Agrela, las monjas del Sagrado Corazón, etc… Comisarió todo el proceso de reconstrucción don Manuel López Barajas, con residencia en Acera de la Virgen, y se invirtieron 228.789 pesetas. Pero los cultos de septiembre se celebraron aún en la Catedral, destacando la esplendidez de los mayordomos, la familia Pérez de Herrasti. De la respuesta del pueblo baste decir que en su procesión patronal hubo vecinos de los pueblos de la Vega que no pudieron regresar a sus localidades hasta por la mañana, tal era la saturación de los tranvías, que prestaron servicio durante toda aquella noche de septiembre.

La coronación canónica y otras funciones habían aconsejado ampliar el templo patronal. Hay quien vio el incendio como una ocasión propicia para ello; hasta hubo un proyecto de agrandarlo, con tres naves y capilla, ocupando todo el solar desde el patio por el que se accede a la sacristía hasta la calle Puente de la Virgen. Afortunadamente se impuso el criterio de mantener la traza barroca de la iglesia que conocemos desde su bendición en 1671. Pero sí se ampliaron algunas ventanas para dar luminosidad a la nave, se hizo la nueva puerta principal, retoques en las capillas laterales (incluyendo la nueva imagen de la Virgen del Carmen, tallada por Roldán de la Plata), zócalo de mármol y el coro cambió de lugar: desde la tribuna del crucero por el lado de la sacristía hasta los pies de la iglesia, lo que hizo redistribuir las imágenes de los Apóstoles, obras de Duque Cornejo.

Manuel Garnelo Alda, insigne maestro de la Escuela de Artes y Oficio, de la que fue director, se encargó de la restauración de lo dañado con una exhaustiva búsqueda por toda España de los mármoles más idóneos y apreciados, en una época de restricciones debidas a la “Gran Guerra” que asolaba Europa. Afortunadamente los daños fueron menores de lo que cabía esperar, puesto que la cúpula principal del templo aguantó el envite de las llamas, delicadas piezas como el mencionado Apostolado, en realidad catorce imágenes en total al comprender también a Cristo Salvador y a la Virgen María, no sufrieron daños y las paredes pintadas de antecamarín y poscamarín no se vieron más que ahumadas.

La parte más alterada lógicamente, por encima de sus inconfundibles columnas salomónicas originales, fue el techo de la pieza central de camarín; a ambos lados se añadieron sendas pinturas, representativas de la coronación (20 de septiembre de 1913) y del incendio (26 de julio de 1916) para perpetua memoria, realizadas por Eduardo Sánchez Solá, profesor en la Escuela de Artes y Oficios desde 1907, célebre por sus cuadros de monaguillos. Difícil es reconocer en la pintura a personajes concretos, pero se mezclan caballeros de elegante indumentaria con trabajadores del matadero o cargadores del Rastro, eso sí, y se nos antoja también la figura de Frasquito Yerbabuena (Francisco Gálvez Gómez), el cantaor que era alcalde en la Romanilla del pescado, improvisando su sentida granaína: “Virgen de las Angustias, / vente a mi casa a vivir / mientras los albañiles / restauran tu camarín”.

Qué mejor cierre para esta lección del pasado que alumbra nuestro presente, sumido en otro fuego (no la voracidad de las llamas), que las palabras de Francisco A. Hitos: “Para los necesitados significa tanto la imagen de la Virgen de las Angustias como la garantía de la protección del cielo, y para el creyente es el mejor emblema de la fe y devoción”.

Miguel L. López-Guadalupe Muñoz

  

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