Cohorte de santos para la Virgen de las Angustias

Señala el P. Hitos –seguimos con él en este relato– recordando que a las puertas de la Basílica, aunque estén cerradas, siempre hay hombres y mujeres elevando una oración, y a veces con lágrimas en los ojos. Ayer como hoy, pues lo vemos en la actual situación y a diario.

Del mismo modo, el pueblo sencillo ha reclamado la de la Virgen presencia en las calles por muchas circunstancias y en diversas maneras. Lo ocurrido en junio de 1871, en los controvertidos tiempos del reinado de Amadeo I de Saboya, es un caso singular y a la vez paradigmático de esa actitud colectiva, que a veces llegó a ser imparable.

Ese año se cumplían las bodas de plata del pontificado de Pío IX y el arzobispo de Granada dio órdenes precisas para esa conmemoración: una peregrinación hasta la ermita de San Miguel y, desde aquel cielo de Granada, procesión solemne con el Arcángel hasta la Catedral para celebrar un solemne triduo. Salió de la ermita poco después de las cinco de la mañana, acompañado –como recuerda el erudito F. J. Simonet– por asociaciones católicas, cofradías, Juventud Católica, estudiantes universitarios y niños de las escuelas católicas, junto a buen número de señoras e Hijas de María, a los sones de la música militar del regimiento de Mallorca y del de cazadores de Talavera. Cuatro horas por delante hasta llegar a la iglesia mayor.

Hasta ahí bien. Muy bien hasta plaza Nueva, entre vivas al Arcángel y a la religión católica, que muchos sentían amenazada por la Constitución de 1869. Allí surgió una inquietud en parte de los numerosos fieles participantes: ¿Y la Virgen de las Angustias?, ¿por qué no añadirla a esta jornada festiva?

Dicho y hecho. El arzobispo trató de calmar el ansia popular, “la impaciencia del público –dice Simonet–, prometiéndoles que aquella misma tarde haría traer la imagen de Nuestra Señora con el debido aparato”. Pero ¿por qué dejar para más tarde lo que se podía hacer esa misma mañana?

Ni cortos ni perezosos de dirigieron a la Carrera, sin avisar previamente a la parroquia ni a la hermandad:

“En el camino se fue engrosando la masa popular, principalmente con gente de la Plaza y del Matadero, y llegando al templo de la Virgen de las Angustias, la pidió para llevarla también en procesión a la Catedral. Ni el párroco, D. Joaquín Romero Saavedra, ni el que cuidaba del camarín, se atrevieron a oponerse a aquella muchedumbre, ebria de entusiasmo por su Virgen de las Angustias, y así fue forzoso abrir el camarín, y con el mismo manto que tenía puesto, la bajaron de su trono, y como Dios les dio a entender, formaron la procesión más original que ha visto Granada”.

Improvisada y colorista procesión, aunque más alegre que la que tuvo lugar cuarenta y cinco años después cuando ardió el camarín de la Patrona (en 1916).

Queda la duda sobre si en aquel 16 de julio de 1871 la Sagrada Imagen llegó y entró en la Catedral en mitad de la misa o si ya había terminado la función cuando entró arropada por la multitud, en todo caso “entrada triunfal”, pese a ir engalanada con el “traje de casa”. A las 10 de la mañana había comenzado la función en la Catedral, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Cuando término, asevera Simonet, la imagen de San Miguel salió al encuentro de la Virgen María. Y el arzobispo apenas pudo hablar desde el púlpito, tales eran las aclamaciones del pueblo. El segundo día del triduo la misa se dedicó, como era natural, al Sagrado Corazón de María, en honor del Santo Padre que había definido años antes el dogma de la Inmaculada Concepción. El tercer día predicó el mismo Arzobispo y se leyeron las letras apostólicas que contenían la bendición papal.

Lo más curioso viene después, pues parte de la opinión pública –el republicano “La Idea” y el radical “El Progreso”– quiso ver tintes políticos en tan curiosa reacción devota popular, asegurando que parte de los que protagonizaron el devoto “motín” eran republicanos –apenas año y medio más tarde tuvo lugar el advenimiento de la I República–. Y por asociación de ideas, a los acompañantes de San Miguel se les tildaba de carlistas –pues ya estaba en ciernes la última de las guerras que llevan ese nombre–. Y sentencia con socarronería Hitos que hubo quien esperaba ver al capitán de los ejércitos celestiales con boina calada y a la Santísima Virgen, a modo de una clásica matrona, cubierta con un gorro frigio. Así estaban las cosas.

Pero lo cierto es que fue una muestra de sencilla devoción, eso sí, desbordada. Y no faltó una réplica política en forma de manifestación en defensa de la libertad de cultos el día 18, o más exactamente “manifestaciones hostiles al aniversario pontificio”, razón por la que el Arzobispo D. Bienvenido Monzón, concluido el triduo, dispuso que se quedaran ambas imágenes en la Catedral, para evitar irreverencias y dicho sea de paso para disfrute de los fieles, hasta que bajaran las aguas políticas menos agitadas.

Concluye su crónica el conservador Simonet con un halo de nostalgia:

“Aunque suspendidas las fiestas por el deplorable motivo que lamentamos, el pueblo de Granada ha seguido acudiendo en gran muchedumbre a la Iglesia Catedral para venerar las sagradas imágenes que allí llevó la piedad de los fieles y para desahogar con devotas plegarias el dolor que abruma sus corazones”.

El próximo año se cumplirá siglo y medio de este episodio. Pero no sabemos cuánto tardó en volver a su casa Nuestra Señora de las Angustias.

Lo que sí deja claro el P. Hitos es que, como en tantos otros momentos alegres o críticos, el Arcángel abría camino a la Santísima Virgen, reina de los ángeles, “a quien sirve de muy buen grado”. No se nos escapa el detalle que en esas jornadas en las que San Miguel se asocia a la Virgen, lo hacen simbólicamente los barrios altos (en concreto el Albaicín) con la ciudad baja, es decir, una mezcla de acendradas tradiciones. Así lo expresa el P. Hitos, y máxime cuando las celebraciones en honor de la Virgen de las Angustias y del centinela San Miguel acabaron concentradas en las postrimerías de cada mes de septiembre: “San Miguel vela desde su atalaya por el bien de Granada” y “no ha defraudado las esperanzas del pueblo y, en efecto, ha alcanzado gracias para él”.

Y de hecho, sólo parece “ceder” su puesto de honor ante la Virgen de las Angustias ante San Cecilio, lógicamente por ser el Patrón de Granada. Así ocurrió con las rogativas que se hicieron para aplacar el rigor del cólera en 1855, en que desde la Catedral regresó a su templo la Virgen precedida de Santa María Magdalena, San Roque, San Nicolás, San Rafael, San Sebastián, San Miguel y San Cecilio. La pecadora arrepentida, el protector de los inocentes y el patrón de Granada junto al arcángel que lidera las legiones celestiales y tres santos bien acreditados en la protección contras las enfermedades: San Rafael arcángel, San Sebastián y San Roque. Granada recurría al santoral en sus necesidades.

Y, por supuesto, siendo el culto a la Virgen María, “medianera e intercesora de los hombres”, un grado superior al que se profesa a los santos, entraba en la lógica espiritual esa subordinación de santos protectores de Granada a la Virgen, que aquí invocamos con el nombre de Angustias.

Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz

 

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