Isabel II y la Virgen de las Angustias

“Aquí yace el trono; nació en el reinado de Isabel la Católica, murió en
La Granja de un aire colado” (Mariano José de Larra, 1836)

Apenas comenzado el reinado de Isabel II, ya Larra auguraba su ruina. Fue un reinado ciertamente acelerado. Con apenas tres años de edad sucedía a su padre en el trono, al cumplir trece años se le declaró mayor de edad (1843) y poco antes de cumplir los treinta y ocho ya había sido destronada. Cómoda con los gobiernos moderados y unionistas, en determinados momentos tuvo que transigir con gobernantes progresistas encumbrados por la vía del pronunciamiento militar. Libre en su vida sentimental, más allá de las convenciones que se presumían para una reina, Isabel II supo conectar con las tradiciones populares. La generosidad de “la Dadivosa” se mezclaba con su afección al casticismo. Y, por supuesto, a las devociones populares, que compartía plenamente como bien se traduce de su presencia en funciones religiosas y de sus continuos donativos.

Y aquí entra su fervor hacia la granadina Virgen de las Angustias, a la que favoreció de varias maneras, siendo Hermana Mayor de su Hermandad y ligando su propia singladura vital en momentos clave a esta devoción mariana. Ya era habitual en la trayectoria de su Hermandad la vinculación con la casa real: fundada bajo el imperio de Carlos V, a Felipe II le debe la cesión de terrenos para construir iglesia y hospital (1567) y a Fernando VI la declaración como juez privativo de la Hermandad (1747), su hermano mayor con cesión del escudo real para la corporación. Los orígenes remotos de la devoción en Granada a las Angustias de María se vinculan a Isabel I. Y no iba a quedar a la zaga la segunda Isabel.

Iniciada en 1840 la inestable regencia del general Baldomero Espartero, flamante vencedor del carlismo con el célebre “abrazo de Vergara”, comenzó a hacer aguas su poder en Barcelona (1842) y en Andalucía (verano de 1843). Precisamente Granada y Málaga iniciaron la lucha contra Espartero. En Granada, desde el 26 de mayo, el batallón de Asturias junto a voluntarios de la Milicia Nacional, bajo la supervisión de la recién constituida Junta Provincial (con representación de distintas autoridades locales), consiguen la retirada de las tropas del Regente, mientras el pendón de Castilla ondeaba en la Torre de la Vela, por especial ocurrencia del marqués de Tabuérniga. La llegada del general Gutiérrez de la Concha reforzó el triunfo de la causa isabelina. Por eso la Torre de la Vela aparece en el escudo de la Ciudad que le concedería el gobierno el 14 de agosto de ese año, junto al nuevo título de “Heroica”, reiterados en carta de la propia Reina de 18 de diciembre, en la que ponía a Granada como ejemplo “de lo que vale un pueblo que combate por sus Reyes y sus instituciones”.

El triunfo de las tropas pro-isabelinas se extendió a Sevilla en junio y finalmente Espartero marchó al exilio desde el Puerto de Santa María el 30 de julio de 1843. Fue entonces cuando se precipitó la declaración de la mayoría de edad de la Reina en noviembre de ese año. Y ella se declaró deudora de la Virgen de las Angustias ante las dificultades superadas.

Y es que la Real Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias había puesto en andas la Sagrada Imagen desde el 17 de junio de ese año, accesible a los fieles que buscaban su auxilio en el cerco que sufría la ciudad. Aún más, se dice que los granadinos resistentes, al mando del teniente coronel Benito Rubín de Celis, la invistieron “con el mando en jefe de las fuerzas sublevadas”. En rogativa permaneció durante aquellas angustiosas jornadas y finalmente en acción de gracias, acompañada de la imagen de San Miguel, fue conducida a la Catedral el 27 de agosto, abriendo la procesión el Pendón de la Ciudad, símbolo de la resistencia, que había ondeado en la Torre de la Vela.

La Hermandad había felicitado a la jovencísima reina el 12 de agosto y ella contestó: “determiné rendirle el homenaje de una corona de oro, que fuera en todo tiempo testimonio vivo y permanente de mi religiosa gratitud, de mi acatamiento profundo y cordial devoción a la Santísima Virgen, bajo la dulce advocación de las Angustias con que la veneráis”. La Reina hacía de Granada un emblema de su éxito, como lo hizo en su día Isabel la Católica. Las referencias eran continuas y también el papel de Granada como talismán para ambas reinas: “Que contigo, Isabel, la España vuelva, / de aquel poder a la gloriosa cumbre… / De entrambas reinas al juzgar la gloria, / no acierte al resolver si fue más grande / y en benéficos hechos más fecunda / la primera Isabel o la Segunda”, lo cual ya era mucho decir, en los rimbombantes versos de D. Trinidad de Rojas.

Así se materializó la corona de oro, de la firma de platería Martínez, que bendijo el Patriarca de las Indias, el granadino D. Juan José Bonel, en la Encarnación de Madrid ante la presencia de Isabel II, de su hermana Luisa Fernanda y de su madre María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Es una obra ecléctica con plateado resplandor alrededor de una corona dorada con florones en forma de palmetas, destacando los etéreos angelitos que flanquean la bola del mundo; se realizó en 1844, estando acabada el 28 de mayo de ese año y, según el estudio de Fernando A. Martín, costó algo más de 34.268 reales.

Las fiestas para la coronación de la imagen, acto insólito que abriría las puertas de futuras coronaciones (cuando aún no estaban reguladas por la curia pontifica), tuvieron su culmen el día de la Encarnación de 1846 en la Catedral granadina, con asistencia de todas las autoridades y la presencia de los estandartes sacramentales y las cruces parroquiales. El Ayuntamiento organizó los festejos y los comisionados regios (el senador conde de Santa Ana, el diputado José Pareja y el diputado el provincial Juan Vázquez entregaron la presea, que el gobernador eclesiástico, puesto que la mitra granadina estaba vacante desde hacía ¡casi nueve años!, la ciñó sobre la cabeza de la Virgen de las Angustias. Era mayordomo de la Hermandad el marqués de Vistalegre y decano de horquilleros Damián Serrano. Han transcurrido casi 175 años desde esta primera y regia coronación de la Virgen de las Angustias. De tan solemne acto queda constancia en el archivo Municipal, en el de la Hermandad y en el archivo del Palacio Real. Granada había vivido un acto inédito, preludio de otros más solemnes que aún le deparaba el destino a Granada en torno a su Patrona.

El bienio progresista (1854-1856) elevó al poder de nuevo a Espartero. Isabel II volvió a la incomodidad frente a un régimen que de nuevo aplicó la Desamortización y propició otros brotes anticlericales. En la tensa espera de esa nueva singladura política la Reina se acuerda de nuevo de la Virgen de las Angustias, a la que atribuye el haberse librado de la muerte cuando sufrió un atentado en Palacio el 2 de febrero de 1852 a manos del cura Martín Merino. El encargo de la Reina a la Hermandad es categórico: “Cuando os reunáis en Santa Congregación para pedir a Dios sus favores por intercesión de la Reina de los Ángeles, acordaos siempre de vuestra Reina en la tierra y vuestra Hermana Mayor, Isabel”.

En 1855 un taller de bordado cortesano prepara un juego completo de vestimenta para la que vive en la Carrera: dos almohadas de terciopelo carmesí bordadas, con un colchoncito a juego, una toca de batista con encaje, un paño de glasé de oro forrado en raso amarillo, un hermoso sudario de encaje de Bruselas y otro de raso blanco con atributos de la Pasión, junto al manto negro bordado en oro, según recoge la prensa de la época (“El Clamor Público”).

Destaca sobremanera esta lujosa pieza salida del taller de la madrileña calle Jacometrezo, el de las hermanas Gilart, de origen mallorquín, bordadoras de cámara. La sobriedad de sus estrellas de oro deja paso a una profusa cenefa de bordados en oro de gran elegancia. Desde entonces lució el manto de Isabel II en sus salidas procesionales (en lugar del de la duquesa de Pastrana y tal vez el del obispo de Cádiz Martínez de la Plaza), antes de que se confeccionara el llamado “del Pueblo”. De manera que la corona y el manto de la reina constituían el ajuar de gala de la Virgen de las Angustias, y siempre se ha presentado con ellos en las visitas reales que ha recibido.

No es casual que Isabel II visitase Andalucía en los comienzos del otoño de 1862. En Granada permaneció por espacio de seis días. Por supuesto, su visita fue un baño de multitudes, un paseo triunfal, una forma de reconciliarse con la España meridional, tan sólo unos meses después de la impresionante sublevación campesina que tuvo su epicentro en Loja (1861) y que se saldó con más de cien condenas a muerte. La Reina aprovechó esta estancia para conceder la amnistía a numerosos campesinos implicados en la protesta.

No faltó la visita a la Alhambra y al Generalife, a la Catedral y a la Capilla Real, al Sacromonte, a la Cartuja… Se postró ante los “santos” más emblemáticos de la ciudad: S. Cecilio, San Juan de Dios, la Virgen del Rosario, el Cristo de San Agustín…

Y, por supuesto, visitó sin demora la iglesia de la Carrera. Tanto le apremiaba esta visita que al poco de llegar dirigió sus pasos hacia ella el 10 de octubre (precisamente el día en que cumplía la Reina 32 años), un día antes de lo previsto en el programa oficial, pues “no quería visitar punto ninguno de la Ciudad, antes de rendir sus homenajes a la Reina de los Cielos, y orar ante su sagrada Imagen para postrarse ante la Virgen de las Angustias”, con el consiguiente aprieto de los Mayordomos, D. José y D. Manuel Moreno y Agrela, para disponer la Imagen en un altar en el centro del presbiterio, ataviada con los distintos regalos que le había hecho Isabel II. Junto a sus hijos Isabel y el príncipe de Asturias, los reyes “fueron recibidos bajo palio, según el ritual; y apenas ocuparon el trono que al lado del Evangelio para este acto se había dispuesto, cuando por el M. R. Arzobispo de la Diócesis (D. Salvador José de Reyes García de Lara) se entonó la Letanía y Salve”, y de rodillas rezó ante la Imagen a la que había atribuido parte de los éxitos de su voluble reinado.

No fue suficiente. El último día de su estancia en Granada, el 14 de octubre, pasó de nuevo por la iglesia de la Virgen. Asistió a la misa celebrada por el Capellán Mayor de la Capilla Capilla Real, D. Andrés Ruiz Mallén. Pudo recrearse en el camarín  donde firmó un acta de su visita al templo mariano por antonomasia de Granada. La mano del rey consorte, D. Francisco de Asís de Borbón, guió los dedos del heredero al trono, que aún no alcanzaba los cinco años de edad, a la hora de firmar. La Reina dejó para el culto de la Virgen la suma de 10.000 reales.

No faltaron en esta visita el confesor real, Antonio María Claret, que acabó elevado a los altares, y el presidente del Consejo de Ministros, el general Leopoldo O´Donnell, que solo tres meses más tarde debió abandonar el cargo. Pero en la Carrera, pese a las turbulencias políticas, todo fueron alegrías, porque la Virgen de las Angustias troca los llantos de cuantos le invocan en regocijos: “La Virgen de las Angustias / hace tiempo que no llora; / porque dice que en Granada / está cerca de la Gloria”.

Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz

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