Los Dolores y Angustias de la Virgen a la luz de los Evangelios

Cuando hace veinte siglos un ángel del Señor se le apareció a la dulce y humilde doncella de Nazaret, de nombre María, y le transmitió su mensaje, Ella experimentó un gran asombro, una sorpresa inaudita y pienso yo que también un poco de miedo.

¡Ser Ella la Madre del Salvador! Ella que era sencilla, pequeña, modesta y que había decidido guardar su virginidad para Yahvé.

La explicación del ángel la tranquilizó y cuando pronunció aquel Fiat, del cual el Cielo y la Tierra estuvieron pendientes durante unos instantes, paralizado su movimiento, la embargó un gran gozo. ¡Haberse fijado Dios en Ella, tan humilde y tan poca cosa, para ser la Madre de su Hijo! Aquello era una auténtica maravilla. María, cuando aceptó la oferta del Padre, lo hizo por obediencia, por sumisión a su Santa Voluntad, sin saber, ni siquiera entrever, la misión tan alta para la que había sido escogida: ser la Madre de Jesús y la Corredentora del hombre, abatido por el pecado. Y este maravilloso papel tenía sus luces y sus sombras, unas luces brillantes de júbilo, que bien pronto se convirtieron en sombras de dolor.

La tradición nos señala que siete fueron los Dolores de la Virgen, dolores que fueron consecuencia de ser la Madre del Hijo de Dios y que van marcando el camino de la Redención que Jesús recorrería y en el que Ella le acompañaría. Estos Siete Dolores, según las fuentes, se enuncian de diferente manera, aunque los que se citan con mayor frecuencia son los que siguen:

«Y a ti una espada te atravesará el alma» (Le 2, 35). Sólo hace cuarenta días que ha nacido aquel Hijo tan querido y al acudir al templo a efectuar la presentación al Padre, como obligaba la ley de Moisés, a la vez que su purificación (ni uno ni otro necesitaban cumplir esto), ya oye el primer anuncio de que su vida se verá salpicada de grandes sufrimientos. María no entiende aquello pero lo va guardando en su corazón porque sabe que algún día conocerá y experimentará su significado.

La vida discurre tranquila para aquella modesta pareja, cuando un acontecimiento inesperado ocasiona un nuevo dolor a María. Como consecuencia de la visita que los Magos hacen al rey Herodes para que les informe dónde ha nacido Jesús, éste se entera de que hay sobre la tierra un nuevo rey, teme por su reinado y da la malvada orden de matar a los niños menores de dos años, pensando así acabar con Jesús. Pero en sueños un ángel se aparece a José y le dice:

«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para quitarle la vida» (Mt 2, 13). Y fieles y obedientes a la voz del Señor y temerosos de perder a su Hijo, se pone en camino hacía una tierra desconocida. Deja lo poco que tienen, el acomodo de su vivienda y taller de artesano de José y se marchan. Otra vez esa inmensa alegría que es para María ser la Madre de Jesús, esa luz, se vuelve sombra y dolor. Es un camino duro y doloroso de recorrer, desarraigarse de su tierra y marchar a otra extraña.

La historia continúa. Otro ángel, llegado el momento, anuncia a José que el peligro ha pasado y que puede volver. Pero no lo hace a Belén, de donde salieron, sino a Nazaret, donde ya vivirán siempre y así se cumplirá «lo dicho por los profetas, que será llamado Nazareno» (Mt 2,23). El Niño crecía y nada extraordinario sucedía, hasta que al cumplir los doce años, Jesús acompañó a sus padres a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. Era costumbre que los hombres volvieran todos juntos en un grupo y las mujeres en otro, mientras los niños podían ir con unos u otras; esto es por lo que no advirtieron que Jesús no iba con ninguno hasta que se juntaron. Tercer dolor de la Virgen: había perdido a su Hijo y a su Dios. Muy apenada, lo buscó y lo halló, «al cabo de tres días (…) sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles»  (Le 2, 46). Cuando su Madre, un poco enfadada, le pregunta por qué ha hecho aquello, le responde: «¿Porqué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?» (Le 2, 49). Otro mensaje de dolor que la Virgen guardó en su corazón.

Los otros cuatro dolores son más conocidos por todos, son los que la Virgen sufrió como consecuencia de la Pasión y Muerte de su Hijo. Son los que la convierten en la Madre dolorosa que todos conocemos y que culmina en la Madre sola y angustiada, con el cuerpo de su hijo muerto entre sus brazos, que tiene un altar en el corazón de cada granadino y que nos preside en su Basílica, en nuestros hogares y en nuestros trabajos.

Dolor de la Virgen al ver a su Hijo con la Cruz a cuestas por la Calle de la Amargura. Después de todo aquel inicuo proceso y ante la insistente petición de que muriera, Pilatos «se lo entregó para que lo crucificaran (Mt 27, 26). Los Evangelios de Mateo, Marcos y Juan describen casi con las mismas palabras este hecho de que Jesús fue entregado a sus acusadores vara que los crucificaran .Todos los evangelistas mencionan que Jesús cargó con su Cruz. Mateo, Marcos y Lucas citan la presencia de Simón de Cirene en el drama de la Pasión y sólo Lucas el encuentro con las mujeres que lloraban y se lamentaban. Ninguno menciona el encuentro con su Madre, en el camino doloroso hacia la Cruz, pero la existencia de este encuentro aparece recogida en los Apócrifos y en la tradición. Terrible momento: la Madre y el Hijo se miran cara a cara.

Dolor de la Virgen al ver a su Hijo crucificado. «Estaban junto a la Cruz de Jesús, su Madre (…)» (Jn 19, 25). «Jesús, viendo a su Madre y al discípulo que tanto amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: «Mujer, he aquí a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). Sólo Juan narra esta escena, probablemente porque le atañía directamente y la tuvo siempre presente. En esta dolorosa hora, María ve morir a su Hijo, pero a la vez se convierte en la Madre Universal de los cristianos. Perdió mucho en el trueque, pero nosotros lo ganamos todo. Para nosotros, aquel oscuro momento nos trajo una luz maravillosa.

Doloroso instante aquel en el que sobre la falda de la Virgen apoya el cuerpo sin vida de su Hijo. Es nuestra Madre de las Angustias. Este hecho tampoco aparece narrado en los Evangelios y su conocimiento proviene de la tradición. Es el culmen de los Dolores de María, que comenzaron con la profecía de Simeón y que ahora entiende y experimenta en toda su dimensión. La vida permanece muerta en sus brazos. E igual que cuando con cuarenta días lo llevó al Templo para ofrecerlo al Padre, ahora nos lo ofrece a nosotros, nos lo muestra y entrega como garantía de nuestra Salvación y como prenda del mismo amor de los dos, Madre e Hijo, hacia la Humanidad caída y que ya, con las manos que los dos le tienden, se puede levantar.

Los cuatro Evangelios con palabras similares nos narran cómo José de Arimatea enterró el cuerpo de Jesús en un sepulcro de su propiedad. Todo ha terminado, María ha perdido a su Hijo, lo ha visto morir y ha permanecido de pie, delante de la Cruz, sacando fuerzas de su amor, consciente de que su misión es estar junto a Él en todo momento, perdiendo a su Hijo y ganando un número incontable de ellos. Todo lo que el Padre esperaba de Ella y todo lo que aceptó con aquel Fiat de su juventud, lo ha cumplido con creces. Ultimo dolor de María éste de ver a su Hijo sepultar.

Y último dolor, más que nada, porque Ella sabe que después de aquello vendrá la Resurrección gloriosa. Que aquel negro y sombrío momento dará paso al más luminoso y brillante de su vida cuando Jesús salga triunfante del sepulcro para no morir jamás.

Estos siete Dolores de María, que marcaron su vida, que le dieron un claroscuro, nos la hacen más cercana, más humana, sufre tanto todo porque es Madre y esto nos certifica su comprensión hacia nuestros dolores, su consuelo para nuestros momentos difíciles. Con su Hijo muerto en sus brazos, nos está diciendo cómo la vida trae sufrimiento, momentos oscuros, sombríos, pero a la vez nos anuncia que al final del camino encontraremos una luz imperecedera, la misma que la alumbró a Ella y la sigue alumbrando desde aquella mañana de la Resurrección.

Carmen Muñoz Caraballo
Hermana Cofrade de Ntra. Señora de las Angustias

Historia y Devoción – Numero 3 – Año 1996

 

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